Blog del Sagrado Corazón de Jesús: La Ley según Jesús
Se reúnen junto a él los fariseos, así como algunos escribas venidos de Jerusalén. Y al ver que algunos de sus discípulos comían con manos impuras, es decir no lavadas, (es que los fariseos y todos los judíos no comen sin haberse lavado las manos hasta el codo, aferrados a la tradición de los antiguos, y al volver de la plaza, si no se bañan, no comen; y hay otras muchas cosas que observan por tradición, como la purificación de copas, jarros y bandejas). Por ello, los fariseos y los escribas le preguntan: “¿Por qué tus discípulos no viven conforme a la tradición de los antepasados, sino que comen con manos impuras?” El les dijo: “Bien profetizó Isaías de ustedes, hipócritas, según está escrito: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinden culto, ya que enseñan doctrinas que son preceptos de hombres. Dejando el precepto de Dios, se aferran a la tradición de los hombres”. Les decía también: “¡Qué bien violan el mandamiento de Dios, para conservar su tradición! Porque Moisés dijo: Honra a tu padre y a tu madre y: el que maldiga a su padre o a su madre, sea castigado con la muerte. Pero ustedes dicen: Si uno dice a su padre o a su madre: Lo que de mí podrías recibir como ayuda lo declaro Korbán (es decir: ofrenda) ya no le dejan hacer nada por su padre y por su madre, anulando así la Palabra de Dios por la tradición que se han transmitido; y hacen muchas cosas semejantes a éstas”. Llamó otra vez a la gente y les dijo: “Óiganme todos y entiendan. Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda contaminarle; sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre. Quien tenga oídos para oír, que oiga”. (Mc 7, 1 – 16)
Es muy difícil entender la conducta de los fariseos; por un lado, son personas ejemplares, cumplen muchas tradiciones, son los que observan la Ley cabalmente, para sus adentros; son apegados a las tradiciones de sus antepasados y profundamente religiosos.
No se puede negar que en el fondo los fariseos eran buenas personas; tenían su formación asentada en viejas tradiciones que interpretaban la Ley de Moisés, y ellos guiaban a la población de Israel hacia lo que ellos consideraban la perfección de la Ley. Sin embargo, en sus discursos, en sus enseñanzas, predominaba la idea de la ley por la ley; la salvación estaba vinculada con la ley, lo mismo así la conducta ordinaria; y al mismo tiempo había en ellos un desfase en cuanto a lo que la Ley exigía y las necesidades personales.
Para ellos era muy conveniente la Ley ya que rara vez alguno de ellos padecía necesidad; las letras, la formación, la cultura que poseían, les daba un lugar honorable en lo económico, político y religioso; era un grupo extremista. Ellos decían cómo debía vivirse la Ley, como debía practicarse la tradición; aunque no dejaban de aprovechar las ventajas que les daba el estar al frente del pueblo casi en todo.
Al mismo tiempo ellos se convertían en jueces de los demás. Ellos llevaban el orden y la vida de cada día. Ellos decían cual debería ser la conducta, ellos declaraban lo puro y lo impuro, el pecado y la santidad. A ellos se les debía el tener una gran nación, anclada en la Alianza con el único Dios verdadero.
Sin embargo, ese Dios verdadero no era el mismo del que hablaba Jesucristo; ellos conocían al Dios de la Ley, de la Alianza; Jesús, en cambio, conocía personalmente al Dios de la Misericordia, al Dios del amor, al único Dios verdadero que ama al pecador.
Muy diferentes eran los conceptos de la divinidad que tenían los fariseos, y la verdad sobre Dios que transmitía Jesús. Para los fariseos, el Dios único era justiciero y amante del puritanismo; para Jesús se trataba de un Padre amoroso y siempre dispuesto al perdón. La pureza importaba, pero de diferente manera: para los fariseos la pureza solamente necesitaba limpieza física, pero se podía seguir pecando, siempre y cuando no se olvidara el pecador de darse un buen baño purificante; así se iban los pecados y sus manchas por el drenaje; de igual manera, el ladrón se lavaba las manos, lo mismo el asesino, o que el infiel o el borracho. Para Jesús la pureza importaba, pero desde dentro; él decía, por ejemplo: “si tu mano te es ocasión de pecado córtatela, que más te vale entrar incompleto a la vida que entrar todo tú al castigo” (Mt 5, 29-30). Así que la pureza que Jesús predica tiene que ver con lo interior, pues de ahí surgen tanto los pecados como las virtudes. Por el contrario, los fariseos pensaban: “si tu mano te es ocasión de pecado, lávatela, para que puedas comer con manos limpias el alimento que Dios te da cada día”.
Hay notables diferencias entre la pureza que los fariseos enseñaban y practicaban y la gracia que Jesús recomendaba; claro, para los fariseos la religión consistía en cumplir la ley, mientras que para Jesús la verdadera religión también consistía en cumplir la Ley; la diferencia radicaba en cómo entendía éste la Ley: “ámense unos a otros como yo los he amado” (Jn 15, 12). Para los fariseos la Ley era un conjunto de preceptos junto con la manera de observarlos, apoyados en la tradición de los antepasados; para Jesús la Ley es lo que en realidad quiso siempre Dios al declararla: amor; por lo menos así comienzan las tablas de la Ley: amarás a Dios sobre todas las cosas, y siguiendo a la letra el decálogo sabemos que tiene que ver con el provecho del prójimo; por algo, cuando a Jesús le preguntan los fariseos en otra ocasión acerca de cuál era el mandamiento más importante de la Ley respondió: “el primero es: amarás a Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas; y el segundo es este: amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mc 12, 28-34).
Para los fariseos, el perdón, la gracia, la amistad con Dios tenía que ver con gestos rituales, abluciones, ofrendas; con eso quedaban puros y justificados; para Jesús la verdadera gracia tenía que ver con la reconciliación, recordemos dos eventos: “y si al llegar al altar con tu ofrenda recuerdas ahí que tienes alguna querella con tu hermano, deja tu ofrenda junto al altar, ve a reconciliarte con tu hermano y luego regresa a ofrecer tu ofrenda” (Mt 5,23-24); el otro evento es la enseñanza del Padrenuestro: “perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos ofenden” (Lc 11, 2-4).
Vemos claramente cómo las concepciones de religión, pureza y justicia de los fariseos difieren absolutamente de lo que Jesús enseña respecto a las mismas cosas. Esto no quita valor a los fariseos en cuanto a que, por lo menos, son personas religiosas. Solo que su religión quizá no conectaba del todo con el Todopoderoso. Por cierto, los fariseos no eran profetas, ni sus antepasados, ni los sabios ancianos eran Dios; ahí estaba el mismísimo autor de la Ley, echándoles en cara su ignorancia con respecto a la verdadera justicia, la Alianza y el amor que la Ley proclamaba. Y ellos no eran capaces de verlo.
Alguna vez los fariseos le pidieron a Jesús que les diera una señal del cielo para creer que él era el Mesías esperado (Jn 6, 30s); para ellos eso de resucitar muertos, de curar enfermos y de multiplicar panes o peces para las multitudes no era suficiente como para reconocerlo como el Enviado de Dios. Pero ellos preferían estar ciegos, no sabían que la señal que pedían era el mismo Jesucristo, Hijo de Dios, que bajó del cielo: la señal que pedían estaba frente a ellos y no lo quisieron ver.
Ahora Jesús les ponía frente a los ojos su propia verdad, les hacía ver la hipocresía con que se movían. Les enseñaba el verdadero sentido de la Ley, que en realidad no necesita demasiadas interpretaciones. Pero ellos seguían en su egoísmo y en su adicción al pasado, en las enseñanzas de sus padres, y les parecía que la vida y la fe estaban bien así. Y no dejaron de seguir a Jesús a donde quera que fuera porque estaban dispuestos a acabar con él, solo era necesario esperar. Y llegado el tiempo, le dieron muerte, olvidándose de un importante precepto, mal interpretado, como todos los demás de la ley: No matarás. Y dieron muerte al Hijo de Dios, el que les quiso enseñar, inútilmente, a regresar no solo a la Ley, sino al autor de la misma.
Sagrado Corazón de Jesús en vos confío.
Artículo escrito por el Padre Pacco Magaña, sacerdote de la Guardia de Honor del Sagrado Corazón de Jesús, en SL, Mexico.