El corazón sobrehumano de Jesús por el Padre Pacco Magaña. Sacerdote de SLP, Mexico.
En el corazón de Jesús está todo el amor de Dios para la humanidad. El amor bien entendido tiene que ver con haber conocido a Dios. Una persona que ama, indudablemente tiene a Dios en su corazón, y es que el amor no es cosa de hombres, el amor es siempre sobrenatural: Dios es amor.
En nuestros días muchos quieren justificar formas de amor que a veces contradicen absolutamente todo lo que el amor significa. Si el ser humano es capaz de amar es porque está hecho a imagen de Dios, del Dios que es amor. No entiendo cómo es que haya muchas maneras de amar y a veces tan diversas e incomprensibles, tanto que desdicen el origen del verdadero amor. Y es que el amor que el hombre vive siente, en ocasiones es expresión de la imperfección del hombre y su pecado.
Se confunde el amor con lo que se siente. Como si el amor fuera solamente cuestión de sentimientos o sentimentalismos. En efecto, el amor es algo que se siente, pero no solo eso. Hoy hay muchas relaciones de amor humano que comienzan por sentimientos y terminan porque ya no se siente. Y el amor no es solo sentir bonito. Es parte, pero no es todo. El amor es verdadero cuando pasa del sentimiento a la aceptación del otro, al compartir los sentimientos, pero también los ideales, las ilusiones, la pasión, el gozo; pero no solo eso, pues en una relación de amor también existen adversidades, el amor está lleno de peligros, y uno de ellos es el de creer que el amor acaba cuando se deja de sentir. Pero eso es un engaño, una confusión, pues, precisamente el amor comienza y se prueba cuando llegan las dificultades; si se superan, si se comparten si se enfrentan y vencen, el amor es verdadero.
Los sentimientos son un indicador de que el amor existe, no puedo decir que amo a alguien si no siento nada. Pero no es suficiente sentir. Los que se aman de verdad son los que insisten en el amor, los que son perseverantes.
El amor de Dios es algo parecido. No sabemos de qué manera siente Dios, pues comprendemos el amor como sentimiento debido que somos humanos, dotados de sentidos, somos sensibles; el amor entra por los sentidos; pero somos inteligentes, por eso el amor también lo comprendemos mediante esta capacidad que es un don divino también; en el amor entran en juego todas nuestras potencias, todo aquello de que hemos sido dotados tienen que ver con nuestras experiencias de amor. Decíamos que no sabemos cómo es que Dios sienta o si es capaz de sentir; algo me dice que sí; si estamos hechos a su imagen y semejanza, de alguna manera podríamos afirmar que Dios tiene sentimientos; no sabemos de qué manera, recordémoslo. Por ejemplo, decimos que nuestra inteligencia es algo en que somos a semejanza de Dios, y en efecto, Dios es inteligente, pero absolutamente inteligente, eternamente inteligente, poderosamente inteligente; nosotros, en cambio, tenemos una inteligencia brillante, pero reducida, ni podemos conocer todo, ni podemos comprenderlo todo; la sabiduría, incluso la humana, no hay quien la posea toda ni totalmente; Dios, en cambio, sabemos que es la suma sabiduría, la suma verdad. De la misma manera podemos decir de nuestra capacidad de sentir; en efecto, sentimos, experimentamos una infinidad de sentimientos, pero no de manera absoluta, ni siquiera perfecta, incluso a veces ni siquiera podemos ponerle nombre a lo que sentimos; no nos podemos comprender totalmente, ni podemos comprender totalmente nuestros sentimientos. Nuestra experiencia en el sentir se limita a algunos momentos de la vida, a algunas cosas y a algunas personas. En cambio, podemos decir que Dios es amor (1Jn 4, 8), que el amor de Dios sobrepasa cielo y tierra. Y el amor de Dios para con nosotros tiene un nombre especial: misericordia.
Podemos, entonces asumir que Dios siente, debido a que sabemos que somos hechos a su imagen y semejanza. Pero nuestra forma de amar es siempre limitada y débil, mientras que Dios es amor y lo es siempre, y su amor es perfecto.
En las Escrituras encontramos infinidad de expresiones acerca del amor de Dios, incluso a veces nos presenta la Escritura el amor de Dios, comparado al de los seres humanos: “como se desposa el esposo con tu esposa, así se desposará tu Dios contigo” (Is 62, 5), “este es mi hijo muy amado, escúchenlo” (Mt 17, 5), “tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco” (Mt 3, 17); “llegó la boda del Cordero, su esposa se ha embellecido” (Ap 19, 7); “como he querido, como la gallina acoge a sus polluelos bajo sus alas” (Mt 23, 37).
En los evangelios también encontramos expresiones muy peculiares: Jesús llora profundamente triste por la muerte de su amigo Lázaro (Jn 11, 35), él mismo les dice a sus discípulos poco antes de morir: estoy lleno de una tristeza mortal” (Mt 26, 38); él dice: el Padre me ama (cf. Jn 5, 20).
Podemos decir, sin temor a equivocarnos que Dios ama y siente el amor de la misma manera que nosotros, y podemos asegurarlo mirando a Jesucristo, que es Dios, que es el hijo de Dios y él siente. De hecho el amor de Jesús que siente, que expresa lo encontramos claramente en varios pasajes del evangelio, en especial en dos:
“Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15, 13).
“Ámense los unos a los otros como yo los he amado” (Jn 13, 34).
Esto significa el Sagrado Corazón de Jesús: la capacidad, indudable, de que Dios ama y siente. El corazón de Jesús es la sede de todo el amor de Dios. Se puede decir que la obra de Jesús en el mundo no es otra que la de amar y enseñar el camino del verdadero amor; al amor real, al amor sacrificado, respetuoso, total, creativo, insistente, perseverante, lo llamamos caridad, esto, entre nosotros; es un amor inspirado e impulsado por el mismo Jesucristo que nos dice: “permanezcan en mi amor” (Jn 15, 9). El amor de Dios es perfecto y se llama: misericordia.
Permanezcamos en el amor de Dios, permanezcamos en el amor de Cristo. Entremos a su corazón, quedémonos ahí. El corazón de Jesús es la fuente de nuestro amor, de nuestros amores, de nuestra vida. No nos salgamos de ahí, como decimos, con san Ignacio de Loyola: “dentro de tus llagas, escóndeme y no permitas que me separe de ti”.
El amor de Jesús es muy grande, es sobrenatural, es sobrehumano, nunca lo podremos comprender del todo, y nunca se agota; Jesús no deja de amar, no deja de interceder, no deja de acompañar. La santidad consiste en vivir dentro del corazón de Jesús; la gracia es ser amados por él, sentir su amor y, a partir de esto, imitarlo, amar como él, o por lo menos intentarlo y no cansarnos. El amor verdadero, el que nace de la fe, el que viene de esta fuente que es el corazón sagrado de Jesucristo, hace santos. Nadie puede saber y sentir que Jesús lo ama y permanecer indiferente. El amor de Jesús mueve al mundo. El amor del corazón de Jesús hace milagros. Amarnos sinceramente significa que vivimos en el corazón de Jesús. Amarnos desde el corazón de Jesús es amar de manera sobrehumana: este es mi mandamiento, que se amen los unos a los otros como yo los he amado (Jn 15, 12).
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